En tan solo quince días, la presidenta Dina Boluarte ha enfrentado el rechazo abierto y masivo en tres regiones clave del país: Arequipa, Junín y Loreto. Las imágenes de su llegada custodiada, los abucheos, las protestas, los objetos lanzados a sus comitivas —huevos y piedras—, y los enfrentamientos que han dejado heridos no son incidentes aislados ni producto de la casualidad. Son la expresión concreta de un país que no se siente gobernado, ni mucho menos escuchado.
Pero no solo la población muestra su hartazgo. Esta semana, el reclamo vino también desde los propios gobiernos regionales. En el VIII Consejo de Estado Regional, el presidente de la Asamblea Nacional de Gobiernos Regionales (ANGR), Koki Noriega, se dirigió directamente al ministro de Economía con un mensaje que resumió el sentir de muchos: “Tantas reuniones… entonces no nos convoque, ministro. No nos convoque si no se va a cumplir lo que acordamos”. La molestia tiene razón de ser: se prometieron 600 millones de soles en créditos suplementarios y se entregaron apenas 6. Una burla.
Así, no sorprende que la irritación se haya transformado en protesta, ni que la figura de Dina Boluarte genere rechazo allí donde aparece. El problema no es solo su imagen, es su gestión. Es la falta de resultados, de empatía, de presencia real en los territorios. Es la persistente sensación de abandono y mentira que sienten millones de peruanos.