Familia
Familia

La familia está ausente de ese festín de crecimiento económico e indigestiones liberales que, cuenta la leyenda, es un signo de desarrollo y una muestra de la prosperidad que se avecina. Ella no tiene voz en el brindis por la modernidad y el progreso en el que derechas e izquierdas chocan sus copas por un futuro en el que no se perturbe el crecimiento de la sacrosanta economía, ni se entorpezca el surgimiento de esos derechos sin fundamento que algunos llaman fundamentales.

Es que la familia, ese gran misterio que da forma a la civilización desde la intimidad de los hogares, es un obstáculo que irrita a muchos. Desde los albores del liberalismo ha querido subordinársela a una economía desprovista de justicia, y degradarla de señora a esclava del mercado. Otros han querido redefinirla para allanarle el camino a una sociedad diseñada a la medida de las seudolibertades de moda. La asedian, en fin, porque tal y como la conocemos, la familia reacciona contra ellos con una serenidad y firmeza que los sobrepasa.

Ello porque la familia no es gobernada por un hambre de ganancia, sino por el amor filial y fraternal. Porque la donación, tan despreciada en los extramuros familiares, es el día a día de padres e hijos que no conocen de cálculos economicistas, sino de renuncia, sacrificio y, vaya escándalo, de caridad.

En el seno familiar, la sana autoridad y obediencia forman, para desconcierto de algunos, esos espíritus libres y rectos que tanta falta le hacen al mundo. La familia es importante. Vale la pena defenderla.