Con orgullo, pertenezco a la familia policial por formación y filiación. Estudié toda la primaria y la secundaria en el colegio Alcides Vigo Hurtado, colegio PIP, y esos años de estudio marcaron mi vida. Fui testigo del valor y el sacrificio de los policías peruanos que entregaron sus vidas para frenar la bestialidad de Sendero Luminoso. Tal valor escribió con sangre, con la sangre de la familia policial, páginas gloriosas que nos salvaron del comunismo y la anarquía. Fueron muchos los que nos salvaron del precipicio a costa de su propia vida y eso los peruanos no lo debemos olvidar jamás.
Por eso, una nación con memoria histórica, un país que de verdad respeta a los héroes, un pueblo de carácter no permitiría que el señor Sagasti, un político de salón que jamás gestionó nada ni en la paz ni en la guerra, se salve de la inhabilitación política que se cierne sobre él. Son varios los factores detonantes de la anomia que padecemos, pero uno de ellos, sin duda, fue ese atentado nefasto que perpetraron los enemigos de la policía al descabezarla y humillarla, intentando reducirla a su mínima expresión, bajo el pretexto de los derechos humanos y la reorganización. Sin policías, el totalitarismo ideológico de lo políticamente correcto intentó apropiarse del país. Sin policías la dictadura relativista es cuestión de tiempo.
Todo esto lo sabía perfectamente Sagasti. Merece, por tanto, la condena unánime de la esfera pública y el olvido político, el destierro público por todo lo que ocasionó al condenar a la indefensión a la familia policial. No olvidaremos que algunos intentaron destruir a la familia policial, porque eran conscientes que, al hacerlo, destrozaban al Perú, dejándolo indefenso.