El gobierno ilegítimo de Nicolás Maduro lo siguió todo el tiempo desde que arribó a Caracas.

El experimentado político español, quien fuera presidente del Gobierno entre 1982 y 1996, ha llegado hasta Venezuela imbuido de su peso político para promover un balance de la situación en el país llanero. Maduro, quien ha tenido frases peyorativas hacia España en general, calificando a su política exterior como una impertinente manifestación de intromisión en los asuntos internos de Venezuela, se ha mostrado algo cauto con el líder socialista; sin embargo, ya mismo el Tribunal Supremo de Justicia ha impedido a González cualquier posibilidad para asumir alguna defensa desde la orilla de la oposición al chavismo. Maduro sabe que González goza de reputado respeto en las filas de una oposición lamentablemente dividida entre los partidarios de Henrique Capriles y Leopoldo López. Los dos jóvenes y líderes.

Para mi gusto, López ha sabido capitalizar mejor a las masas contra el régimen, y su encarcelamiento temporal tarde o temprano lo elevará porque solo los que se la juegan de cuerpo entero alcanzan la legitimación colectiva.

Mientras tanto González, un verdadero estadista que con su visita a Venezuela nos reconfirma sus sólidos principios democráticos, entrena a la oposición para afrontar momentos más críticos.

Para cuando llegue ese tiempo, la oposición venezolana deberá haber superado el escollo que la divide -los seguidores de Capriles apelan al desgaste del gobierno y los de López a acabarlo por presión política-, de lo contrario estarán jugando para Maduro, cuya estrategia siguiente podría sintetizarse en el “divide y reinarás”.

Felipe González, a estas alturas del partido, debe haber confirmado la enorme capacidad de control político que mantiene Maduro y por esa razón también se ha mostrado cauto como el dictador. Cuidarse mutuamente es necesario -González por su integridad-, pero más el propio Maduro que está completamente desprestigiado y debilitado.