El Gobierno siempre buscó la confrontación, ahora, con la llegada de un grupo de Alto Nivel de la OEA, busca la complementariedad y el diálogo. Basta con recordar las expresiones del presidente Pedro Castillo y el primer ministro Aníbal Torres. Todas llenas de odio y rencor. Han demostrado su dominio de la demagogia y el populismo para polarizar el país y para dejar en claro que, a pesar de todo lo que vivimos, su gestión no es un desastre ni su equipo de ministros y funcionarios es tan malo.

Con el arribo de la misión de la OEA, el Gobierno trata de desenvolverse de acuerdo a lo que le conviene, políticamente correcto e invocando a la unidad, cuando hace pocos días planteó una cuestión de confianza al Congreso, un acto claramente amenazador a un poder del Estado.

La situación es más compleja de lo que se supone. Este Gobierno nunca supo adónde ir ni cómo acumular fuerzas para realizar una buena gestión. Por eso hoy es un propalador de caos e inestabilidad y su única preocupación parece ser cómo quedarse hasta el 2026 sin importarle en qué condiciones llegaremos los peruanos a ese año.  En este trayecto no lo ayudarán los silencios cómplices de los congresistas ni las burdas excusas de sus ministros.

Ante esta coyuntura política, fiarlo todo a la OEA es un mal síntoma. Eso de “escuchar a todo el Perú” y que dedicarán para ello “todo el tiempo y la energía” es simplemente una declaración de bunas intenciones del organismo internacional. La crisis política tenemos que resolverla los peruanos. El Congreso tiene la gran oportunidad de terminar con el desgobierno. Ojalá que la presión de la gente haga que esos parlamentarios congelados, fosilizados, en sus escaños, por algún motivo subalterno, cambien.