La partida del papa Francisco nos invita a recordar su honda reflexión sobre la libertad, entendida como “un don invaluable que debe cultivarse y protegerse con esmero”. Ya en 1215, la Carta Magna inglesa reconocía la libertad individual como el primer derecho fundamental. Francisco afirmaba: “la verdadera libertad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en liberarse del egoísmo y de las ambiciones personales para abrir el corazón al amor y al servicio”. Una libertad responsable, que exige límites para no caer en la arbitrariedad y que se ubica dentro de su contenido constitucional de protección.

En su último mensaje pascual afirmó con claridad: “la paz no es posible sin libertad religiosa, libertad de pensamiento y libertad de expresión”. Una afirmación que la historia confirma: la migración de los primeros colonos a América del Norte respondió, en gran parte, al anhelo de libertad religiosa.

Francisco también exhortó a vivir la libertad desde una perspectiva comunitaria. Para él, “la auténtica libertad reside en tender puentes entre las personas, no en levantar muros”. Nos recordó que “la libertad se encuentra cuando nos dedicamos al servicio de los demás y cuando construimos una cultura del encuentro”. Se trata de un bien humano esencial que, además, favorece la convivencia política. El llamado del Papa a vivir la libertad desde el amor y el respeto constituye una invitación profunda a reflexionar sobre nuestras acciones, valores y el papel de los jueces en la interpretación de los derechos fundamentales.