El Papa Francisco, en el marco de su reciente visita por tres países sudamericanos (Ecuador, Bolivia y Paraguay), no ha tenido reparos en referirse directamente al centenario problema de la salida al mar que pretende Bolivia y que actualmente se encuentra en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) a donde La Paz llevó a Chile en calidad de demandado.

Hubo quienes desde el arranque e incluso antes de la visita a nuestra región descartaron que el Sumo Pontífice dijera una sola palabra sobre el sensible y agudo asunto entre los dos países.

Una primera conclusión que debemos sacar es que el Papa es un acto político, guste o no a los conservadores.

Pero no creamos que se trata de un político cualquiera. No. El Papa tiene un poder de persuasión extraordinario y eso es su mayor potencial, y lo más importante es que su enorme talla moral lo lleva a manifestar sus preocupaciones humanas a todo nivel. Su política es la paz y la justicia. En el avión de retorno al Vaticano vertió con mayor claridad su apego a las cosas justas y la brillantez de su discurso estuvo en la ponderación con que abordó sus declaraciones. Nadie podría decir que el Santo Padre jesuita es parcial con Bolivia por declarar sobre la mediterraneidad.

El propio canciller chileno ha dicho que lo vertido por Francisco “…nos parecen palabras muy sabias”.

En segundo lugar, y en la línea de esa imparcialidad para que no se crea que haya alguna posibilidad de participación pontificia en el problema boliviano-chileno, el propio Jorge Bergoglio ha dicho que descarta cualquier posibilidad de mediación papal. El jefe de la Iglesia católica expone ponderación al referir que estando el asunto judicializado en la CIJ resulta improcedente in extremis ventilar el referido medio de solución pacífica de controversias voluntario.