Encima de una piedra de mármol, en su tumba en la Basílica de Santa María Mayor, actualmente se lee una sencilla y sola palabra: “Franciscus“. Eso es una muestra de la humildad que evidenció siempre en su pontificado el papa Francisco inclusive frente a la eternidad.

Esta humildad, magisterio y carisma lo pude apreciar directamente en su visita al Perú el 2018. Tuve el privilegio de saludarlo –se lo expresé en nombre de los maestros y estudiantes del país– como ministro de Educación, junto con el gabinete del presidente Kuczynski. Luego tuve la oportunidad indescriptible de compartir con su santidad cerca de una hora en el Arzobispado de Trujillo con un grupo de alumnos, la representante del BID y el director de Scholas (Fundación educativa del Vaticano) donde firmamos un convenio para implementar los contenidos y la metodología Scholas, con el fin da fortalecer la educación ciudadana en nuestro país. Fue un encuentro de una hora inolvidable por la sencillez y el magisterio de su santidad el papa Francisco.

Debo confesar, con humildad y sinceridad que en mi vida personal y profesional había tenido sentidas e indescriptibles emociones, como por ejemplo cuando había visitado los lugares santos de Jerusalén, los espacios emblemáticos del mismo Vaticano, pero también ante logros profesionales, entre otros, como cuando recibí las Palmas Magisteriales de Amauta o había accedido al cargo de ministro de Educación. Pensé que no habría emociones mayores para un maestro de aula. Pero los encuentros con su santidad superaron todas mis vivencias, emociones y sentimientos, de las cuales doy testimonio para mostrar la grandeza espiritual incomparable de Franciscus.