Una buena noticia de Fiestas Patrias ha sido, sin duda, la cancelación de la presentación, nada menos que en la Feria Internacional del Libro (FIL), del libro del sanguinario Víctor Polay Campos, alias “comandante Rolando”, quien pese a que aún purga condena por ser cabecilla de una banda de terroristas, secuestradores y asesinos, pretendía lanzar una “obra” a manera de “balance” de las acciones de su grupo de salvajes que intentó tomar el poder hasta que fueron derrotados por las legítimas armas del Estado.
En buena hora que la FIL rectificó y quitó de su programación de eventos de Fiestas Patrias, la exposición del libro de quien aún no cumple con pagar su deuda con la sociedad, a la que se enfrentó con las armas en lugar de tomar los caminos que brinda el mundo civilizado y la democracia. No se puede normalizar que terroristas y criminales se laven la cara a través de “eventos culturales”, en los que nos vengan a hablar de asesinatos y atentados dinamiteros como “acciones políticas”.
Polay fue el jefe de una banda que se hizo conocida en el mundo por la toma de la casa del embajador de Japón en Lima, que terminó con la impecable liberación de los rehenes y la eliminación de 14 terroristas a manos de comandos del Ejército y la Marina. Sin embargo, no olvidemos que esta gente secuestró a muchos peruanos, sobre todo a empresarios, a los que mantuvo cautivos en esas infames y crueles tumbas subterráneas llamadas “cárceles del pueblo”. Algunos de ellos, finalmente, fueron asesinados.
Un país que ha sido amenazado por hordas terroristas, no puede dejar espacios abiertos a criminales en nombre de la “democracia” y la “apertura” a posturas “políticas” e “ideológicas” diversas. A los que eso afirman, sería bueno preguntarles qué de “político” o qué de “ideológico” tiene asesinar a gente inocente, poner bombas y hasta realizar “limpiezas sociales” como lo hicieron en 1989 en el bar Las Gardenias, de Tarapoto, en que seis de la banda de Polay mataron a tiros a ocho homosexuales por el solo hecho de serlo.
Polay puede escribir lo que le parezca, pero al Perú, a la memoria de las víctimas de las bandas armadas y a sus familiares, se les respeta. ¿O qué viene después? ¿Las memorias de “Caracol”?, ¿de “Gringasho?, ¿las del “negro Canebo” desde Piedras Gordas?, ¿la autobiografía póstuma del “Cojo Mame”? No nos dejemos sorprender por hienas con piel de cordero, por esos fieros terroristas y asesinos que hoy se lavan la cara con libros para aparecer como “viejos, románticos e idealistas revolucionarios”. A otros con ese cuento.