A estas alturas, aunque a mi juicio sigue siendo polémico y difuso el dispositivo de la vacancia presidencial (que no es un juicio político, aunque lo quieran usar así), los últimos hechos parecen empujar a Pedro Castillo hacia ese desenlace. Por un lado, gracias a sus propias acciones y desatinos; y por otro lado, porque hay una oposición que quiere sacarlo desde el primer día y ahora se siente empoderada y envalentonada por lo antes mencionado.

Imaginemos que llega a ocurrir lo que ahora parece inminente. Luego, ¿qué debemos esperar? Veo a algunos políticos y opinólogos felices con la posibilidad, exultantes esperando esta suerte de regalo de Navidad. Pero ¿cómo pueden estar seguros de que con esto se soluciona todo? Permítanme ser pesimista.

Para empezar, la salida de Castillo significaría que Dina Boluarte asume el cargo de presidenta. No sé si los más entusiastas con la vacancia lo han pensado, pero ella se convertiría en la primera mujer que asume el sillón de Pizarro. ¿Se quedarán conformes con la señora Boluarte en Palacio? No lo creo, en absoluto. Eso quiere decir que entraríamos en una nueva etapa de crisis política de proporciones inimaginable. No sabemos con quiénes se aliaría la hoy vicepresidencia, si atizaría aún más el fuego del radicalismo o se correría al centro enardeciendo a los sectores extremistas de ambos lados del candelero. Es una incertidumbre y, sinceramente, no vemos que ella pueda hacer algo mejor de lo que ahora vemos.

¿O están esperando que ella renuncie y se vaya con Castillo? ¿Confían en eso, sinceramente?

Y si ella es posteriormente vacada también, después de otra guerra política, después de otro periodo de inestabilidad, asume la presidenta del Congreso y tendría que convocar a nuevas elecciones en 6 meses. ¿En serio creen que ahora sí el país elegirá bien? Yo más bien veo un escenario en que lo irracional y la sangre en el ojo pueden traer aún más caos. Nada garantiza que será mejor a este presente.