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La imagen no está desprovista de obscenidad: mientras en todo el país se reproducían las confesiones de Luis Nava sobre las loncheras, los cientos de miles de dólares y los favores que le habría hecho Jorge Barata al expresidente Alan García, en Trujillo, la cuna del APRA y de su fundador, Víctor Raúl Haya de la Torre, los “compañeros” estaban preocupados en imponer a su gente en la elección de los delegados que deberán decidir quiénes van como candidatos en el 2020.

La casa se desmoronaba, pero varios de sus habitantes estaban mirando qué les tocará de lo que quede. Es una imagen que simboliza lo que le ocurre al viejo partido fundado por Haya y cuyos representantes actuales aún se aferran a la defensa –cada vez más débil, eso sí– del extinto Alan García, el hombre que los llevó al poder dos veces, pero que también está empujando a la organización a su ruina política. Porque ha sido bajo la imagen imponente de García que el APRA empezó a tambalear como partido. Es verdad, gracias a él llegó a Palacio de Gobierno, pero con él también el partido que nació con raigambre popular se ha ido debilitando, sin la aparición de nuevos cuadros, sin piezas de recambio. Tanto ha sido así, que hoy, sin García, el APRA se ve en una tremenda orfandad.

Y en esa orfandad está colapsando, porque el líder omnipotente que estuvo con ellos todos estos años y que decidió quitarse la vida este año ahora aparece maculado, envuelto en una sórdida narrativa de sobornos que llegaban solos y en loncheras y maletines al mismísimo Palacio de Gobierno.

El problema del APRA es que sus representantes pusieron a García por encima del APRA, pusieron al APRA como soporte y pararrayos de García. Y el expresidente se está cargando con todo al APRA, el único partido que aparece como codinome en los registros de la caja negra de Odebrecht.