Los países, todos los países, encarnan un principio de unidad. De unidad por encima de las diferencias, de unidad más allá de las barreras reales o artificiales que separan a la población. La unidad es la premisa teórica de la soberanía popular y también la consecuencia natural de toda política orientada al bien común. Una nación unida es invencible, resiste cualquier embate, supera todo escollo, derrota a sus enemigos. La unidad es la base de todo esfuerzo modernizador, su sello particular, acaso la condición inexorable. Un país unido transforma su historia para bien y eleva los ideales de su tiempo. Por todo eso, hay grandeza en la unidad.

Gareca ha firmado con la selección una bella historia de unidad. Una historia de sacrificio y perseverancia en busca de la unidad. La selección ha unido al país por encima de las diferencias políticas, económicas y sociales. Si algo necesita este país invertebrado, esta nación fracturada por los abismos cainitas, es consolidar la unidad a toda costa. Más que un episodio deportivo, lo que Gareca impulsó a lo largo de estos años fue una empresa colectiva que abarcó a todo el país porque a todos exaltó. Su huella es transversal y permanente y por eso su nombre será recordado por siempre.

La figura de Gareca debe servir de ejemplo a nuestra clase dirigente. Allí donde otros destruyen y dividen, el profesor supo unificar. Donde tantos miran de costado y siembran desazón, Gareca cultivó voluntad, coraje y autoestima. Memorables son sus mensajes sobre la unidad entre el deporte y la educación. Solo queda esperar que la semilla que ha sembrado con ardiente paciencia rinda sus frutos cuando la Providencia así lo determine. ¡Gracias por todo maestro!

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