Qué orgullosos y emocionados nos hemos sentido los peruanos cuando vimos por televisión a tono con el alba del último sábado a nuestra compatriota Gladys Tejeda levantar los brazos en señal de victoria al rayar la meta en la maratón panamericana de Toronto y lograr la codiciada medalla de oro para el Perú.

La gloria panamericana nacional logró la nueva marca continental de 2 horas, 33 minutos y 3 segundos, y este éxito, que Gladys en sus primeras palabras luego de vencer en la prueba ha compartido con todos los peruanos, es motivo para soltar algunas reflexiones sobre nuestro posicionamiento deportivo internacional.

En primer lugar, ya es tiempo de que decidamos una verdadera política de estado en el nivel deportivo, lo que no contamos. Asumirlo de manera orgánica nos dará la posibilidad de poder contar con un número indeterminado de talentos nacionales llamados a darle laureles al país.

Eso no es una cuestión difícil, pero supone dedicación y convicción.

Una política bien definida resultará auspiciosa para descubrir a nuestros grandes deportistas. El caso de Gladys Tejeda sigue estando en el grupo de los casos aislados y eso es lo que debe cambiar. Para que nuestra atleta haya alcanzado la gloria hemisférica han intervenido varios factores, como su empeño personal, el acicate permanente de su madre, el olfato de su entrenador y la suerte. Este proceso es precisamente lo que no debe suceder. Cuántas Gladys Tejeda más habrá a lo largo y ancho de nuestro país.

Realmente creo que muchísimas más de lo que nos podamos imaginar, pero penosamente no todos tendrán la suerte de Gladys, nacida a más de 4000 m.s.n.m. en la rica sierra central de la región Junín.

A su llegada al Perú hay que distinguirla, premiarla y reconocerla, pues al hacerlo, ello será parte de la política de Estado que estamos esperando.