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Barcelona tuvo que esperar hasta la última fecha de la Liga española para bañarse de gloria y reafirmar el éxito de un modelo institucional que lo ha llevado a convertirse en el mejor equipo del mundo. Fiel a un estilo que lleva la impronta de Cruyff, Rijkaard y Guardiola, Luis Enrique supo además imprimirle vértigo y dinamismo a un equipo que, aunque acostumbrado a alzar copas, comenzaba a volverse previsible.

La temporada comenzó para el cuadro culé de forma idílica. Encadenó doce victorias consecutivas en liga y un total de 39 encuentros en toda competición sin conocer la derrota. En la clasificación, a falta de apenas siete fechas para el cierre de temporada, el Barza aventajaba al segundo, el Atlético del ‘Cholo’, en nueve puntos, y estaba a lejanos 13 del Real Madrid, que a la postre terminó pisándole los talones.

Pero en algún momento el Barcelona debía sufrir. Es una ley natural de fútbol. Nada puede ser tan fácil en el deporte más emocionante del mundo. Así que un buen día, cuando más parecía que los de Luis Enrique lograrían una temporada perfecta, el Barza cayó en una crisis deportiva breve, aunque profunda. Hizo un solo un punto de 12 posibles, fue eliminado de la Champions y por poco se le escapa la liga.

El cansancio acumulado, la falta de rotación de figuras e incluso un exceso de confianza en el vestuario confabularon para que el Barza sufriera. Felizmente, el equipo supo levantar vuelo justo antes de impactar contra las rocas. Cuando ya se había agotado el margen de error y con un Real Madrid a tope soplándole la nuca, solo quedaba ganar todo. Y así lo hizo. En los últimos 5 partidos de liga, el Barcelona marcó 24 goles (catorce de ellos de Luis Suárez), no le anotaron ninguno y pudo salir airoso del torneo más competitivo del mundo. Tras su fracaso en la Champions, la liga era lo mínimo que merecía un equipo que ha sabido revindicar una idea de juego que no solo gusta, sino que aporta al espectáculo del deporte rey.