Las declaraciones dadas por Jorge Barata, el exhombre fuerte de Odebrecht en el Perú, a un grupo de fiscales peruanos, sobre cómo Nadine Heredia metía mano en asuntos muy delicados de la administración de su esposo Ollanta Humala, no deberían sorprender a muchos, pues fue el propio mandatario quien en noviembre 2013 admitió que gobernaba “en familia” al lado de su cónyuge, pese a que a ella nadie la eligió para un cargo público.

Recuerdo que tras la insólita confesión de Humala, en Correo sacamos una portada en que el mandatario y su esposa aparecían compartiendo una gran banda presidencial que cruzaba el pecho de ambos. Esa imagen que era producto de un montaje fotográfico, ilustraba muy claramente cómo era manejado el país entre los años 2011 y 2016, tal como lo ha confesado Barata al narrar la manera en que se negoció irregularmente el Gasoducto del Sur del Perú.

Interesante también la otra parte de la declaración de Barata a los fiscales, en el sentido de que el presidente Humala no estaba en condiciones de entender los detalles del contrato del millonario proyecto, y que por eso trataba el asunto con su esposa. Habría que preguntarse por qué la señora tenía que hacer el papel de interlocutor con un contratista, cuando para eso están el ministro de Energía y Minas, y los técnicos en la materia. ¿Cuál era el interés

de la dama?

En la patética presencia de Humala y Heredia al frente del gobierno, tuvieron gran responsabilidad los propios electores que votaron por el comandante a pesar de que eran más que conocidas sus limitaciones como estadista y sus oscuros antecedentes, que venían desde su actuación como el “capitán Carlos” y su apoyo al chavismo. No olvidemos que en 2011 también se sabía que la familia recibió considerables ingresos económicos atribuidos a la “generosidad” de Hugo Chávez.

Humala y su esposa la tienen difícil ante la justicia. Quizá tengan que afrontar una dura sanción penal. Sin embargo, más allá de eso, queda a los peruanos hacer una reflexión con sabor a mea culpa, por haber elegido a un presidente que puso a su esposa a manejar el país, luego de acceder al poder gracias a edulcorados discursos reformistas y de lucha contra la corrupción, para terminar con anotaciones por varios millones de dólares en las agendas de la vergüenza.

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