La pandemia del coronavirus ha desnudado la crisis multisistémica que atravesamos como país, que se manifiesta en lo sanitario, económico y político, la cual tiene en su base el agotamiento del modelo político económico neoliberal constitucional de 1993.

La política individualista, egoísta, intrigante y conspiradora, ha desplazado a lo que debería ser: colectiva, solidaria, principista y tolerante en base al dialogo y la búsqueda de convencer, antes que imponer.

El sistema político electoral vive en crisis en medio de una reforma que está terminando de ser aplicada a medias. La paridad y la alternancia, que iban de la mano con la eliminación del voto preferencial, no serán plenas porque no se logra hacer que los partidos políticos sean realmente democráticos, pues no tendrán elecciones primarias para nominar a sus candidatos con miras a las elecciones de abril del 2021.

La casi totalidad de los partidos políticos, conformados alrededor de intereses particulares y no en base a propuestas programáticas en función de construir un país democrático, sin exclusiones ni discriminaciones, no logran superar las divergencias internas, ni captar las simpatías ciudadanas que superen un digito porcentual.

Los grandes intereses, que nos han gobernado en las últimas décadas, a siete meses de las elecciones, sienten que no las tienen todas consigo y que no hay candidatos que les aseguren seguir en el poder, por lo que intentan otras salidas como tocar las puertas de los cuarteles y la vacancia presidencial con una eventual postergación de las elecciones.

El partido político que logre la mayor unidad, que democratice la elección de sus candidatos y que levante un programa capaz de aglutinar tras él a las mayorías populares, se acercará a la posibilidad de empezar a cambiar al país a un año del Bicentenario de nuestra independencia.