“El Ejército está en las calles”. “Las FFAA te cuidan, Perú”. “Cientos de militares se han contagiado”. “El Ejército maltrata”. “El Ejército esconde algo”.

Eso escuchamos y leemos todos los días. A mí me gustaría hacer un esfuerzo por visibilizar las historias que hay detrás de las cifras.

Jhunior (ese no es su nombre real) es un soldado hoy desplegado en Junín, en la primera línea de la emergencia. Sus días consisten de patrullas de control territorial y de apoyo a la Policía Nacional. La última vez que vio a su esposa y a sus 2 hijos -que viven en Lima-, fue en febrero. Tampoco sabe cuándo los volverá a ver. Hace unas semanas, él -como tantos otros peruanos-, dio positivo a la prueba de Covid-19. Estuvo en aislamiento por 15 días y apenas se recuperó volvió a su patrulla y retomó actividades.

Jhunior tiene 30 años y es parte del Ejército desde los 17. ¿Por qué se unió? Su padre fue uno de los soldados en el Conflicto de la Cordillera del Cóndor (1981), y siempre le contó sus historias. Jhunior, como la gran mayoría soldados, está ahí porque tiene una vocación por servir a su país -sin ningún afán de reconocimiento-.

Hoy vemos a los militares en todas partes, y por eso quizás seamos más conscientes de su rol en la emergencia. Sin embargo, la esencia de su trabajo no ha cambiado: trabajar para el Perú. Incluso cuando no los vemos. Incluso en un mundo sin Covid-19. El tipo de visibilidad mediática que se le suele dar a las Fuerzas Armadas es negativo -y está bien denunciar todo lo que haya que denunciar-, pero cuando todo es negativo, pasan desapercibidas incontables historias de personas que dan su vida por proteger la de otro peruano.

Nuestro país está lleno de gente maravillosa. Muchos de ellos están trabajando por nosotros hoy (y lo vienen haciendo hace mucho). Entonces, hoy nos toca agradecer, evitar caer en generalizaciones, e informarnos.