Es increíble ver que, a dos semanas de las elecciones generales, seguimos ante un escenario tan incierto. Llama la atención es el altísimo porcentaje de personas que responde “ninguno” cuando se le pregunta a qué candidato prefiere.

El voto en blanco podría parecer la mejor opción para aquellos que no quieren darle su apoyo a ninguno de los candidatos. Aquellos que prefieren “mantener su dignidad” antes de votar con la nariz tapada por “el mal menor”. El voto en blanco o nulo tiene ese efecto mitigador de culpas que aparentemente nos exime de responsabilidad ante el eventual resultado electoral. Pero la realidad es otra. El hecho es que, cuando se vota en blanco o se vicia el voto, de manera tácita se apoya –precisamente– a las agrupaciones políticas que se busca rechazar mediante este acto.

Solo los votos válidos son tomados en cuenta como parte del total. Entonces, a más votos nulos o en blanco, menor es el universo de votos contabilizables. Evidentemente esto favorece a los candidatos que lideran; inflando porcentajes y permitiendo que partidos que no están en condiciones de pasar la valla electoral, lo hagan. ¿El resultado? Un escenario de legitimidad ficticia, insatisfacción con el sistema, y más frustración con nuestra clase política.

Los días que quedan hasta el 11 de abril serán cruciales para decidir quién triunfa y quién naufraga. Así no vayas a votar, votes en blanco, o vicies tu voto, tus acciones tendrán un impacto en el resultado electoral. Por mucho que quisiéramos aislarnos del escenario, esto no es posible. Como peruanos, todo lo que decidamos hacer el día de las elecciones es un acto político y tiene algún tipo de repercusión. Cada uno de nosotros debe votar con eso en mente.