Cuenta la leyenda que un día, hubo un incendio enorme en el bosque. ¡Todos los animales huían despavoridos! De pronto, el jaguar vio pasar por sobre su cabeza al colibrí en dirección contraria, es decir, hacia el fuego. Le extrañó sobremanera, pero no quiso detenerse. Al instante, lo vio pasar de nuevo, esta vez en su misma dirección. Pudo observar este ir y venir, repetidas veces, hasta que decidió preguntar al pajarillo, pues le parecía un comportamiento estrafalario: ¿Qué haces colibrí?, Voy al lago –respondió–, tomo agua con el pico y la echo al fuego para apagar el incendio. El jaguar sonrió. ¿Estás loco? – le dijo, ¿Crees que vas a conseguir apagarlo con tu pequeño pico, tú sólo?; No –respondió el colibrí– yo sé que solo no puedo, pero ese bosque es mi hogar...Me alimenta, me da cobijo y le estoy agradecido: por eso, yo lo ayudo a crecer, polinizando sus flores; Yo soy parte de él y él es parte de mí. Yo sé que solo no puedo apagarlo, pero “tengo que hacer mi parte”. En ese momento, los espíritus del bosque, que escuchaban al colibrí, se sintieron conmovidos por la pequeña ave y su devoción hacia el bosque y, milagrosamente, enviaron un fuerte chapuzón, que terminó con el incendio. Las abuelas indias contaban esta historia a sus nietos concluyendo:

“¿Quieres atraer los milagros a tu vida?... “¡Haz tu parte!”

Así como el colibrí, los ciudadanos peruanos podemos construir nuestra ciudadanía y lograr sacar adelante nuestro país, haciendo lo que nos toca desde la posición en la que nos encontremos: desde el puesto más humilde en la administración pública o en cualquier empresa privada, hasta la posición más privilegiada; hacer nuestra labor con diligencia, entrega y con la finalidad de ofrecer nuestro servicio atento y cortes a favor de los demás. Cuando la coyuntura que vivimos parece asfixiarnos y creemos estar vencidos, sin tener ninguna posibilidad de acción, el colibrí nos trae un mensaje claro: si cada uno de los 33 millones de peruanos “hacemos nuestra parte”, con corrección, con transparencia, con justicia y con devoción por el país, otra será nuestra realidad. Debemos recuperar los valores perdidos, educar a nuestros niños para la paz, para cooperar y ser solidarios unos con otros como pregonaba María Montessori, y recordar que, si no hay luz en el alma, si no hay “belleza” interior en las personas, no habrá armonía ni orden en nuestro país ni en ningún rincón del mundo.

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