El jueves último, un grupo de delincuentes de alta peligrosidad que al parecer en sus horas libres se dedican a ganar dinero como colectiveros informales en las calles de Lima, atacaron a un grupo de inspectores de la Autoridad de Transporte Urbano de Lima y Callao (ATU) y a policías, para evitar que se lleven una de sus unidades intervenidas.
No solo agredieron en turba a los servidores y a los agentes en las calles de San Isidro, sino que finalmente, pese a la considerable presencia policial, prendieron fuero al colectivo hasta reducirlo a cenizas, todo en medio del alto tránsito de un jueves a media mañana.
Las cámaras de seguridad esparcidas en la ciudad han registrado estas indignantes imágenes. La brutalidad ha sido escandalosa, incluso por la pasividad de los policías presentes.
Los rostros de estos delincuentes están debidamente grabados, por lo que es de esperarse que el Ministerio Público actúe con rapidez y contundencia para encerrarlos y procesarlos para alivio del ciudadano.
Quedarse de brazos cruzados ante hechos como este, sería fomentar la violencia contra la autoridad como forma de imponer la informalidad y la ilegalidad. En el Perú no puede imperar la ley de la selva, donde el más fuerte y salvaje, sí, salvaje, trata de imponerse.




