Hay gente que se cree inconmovible, piel de acero y corazón de piedra. Tengo un amigo de esos. Como además es cinéfilo, una tarde lo animé a que viera Gen Pies Descalzos (Hadashi no Gen), concretamente  que anda circulando por el ciberespacio. No lo acabó de ver. Es más, conozco poca gente que lo termina de ver, al menos no de una sola sentada.

Por Gastón Gaviola ()

Hace exactamente 70 años, a las 8 y 15 de la mañana, la ciudad japonesa de Hiroshima perdió a un tercio de su población en una décima de segundo. En menos, en realidad. Cuando la bomba atómica con corazón de uranio-235 estalló a 580 metros de altura, en una cienmimlésima de segundo la fisión nuclear elevó la temperatura hasta un millón de grados centígrados.

Tres segundos después de que Little Boy -tal era el nombre de la bomba, “niñito”, en castellano- estallara, todo lo que estaba en un radio de 3 kilómetros aguantó 4 mil grados de calor. Huracanes de fuego de 130 kilómetros por segundo, calor en forma de presión de aire, que devastó todo, más aún en una población donde las cásas eran casi en su totalidad de madera.

No sé ustedes, pero me cuesta imaginar siquiera cómo es esa cantidad de calor. Luego lees los testimonios de testigos, observadores y sobrevivientes y te haces una idea. La gente se vaporiza; un segundo estás aquí y el otro ya no. Como mucho y si el destino te regaló un capricho, tu silueta puede quedar impresa como un negativo contra un muro de piedra, una banca, una acera en la avenida.

es una obra autobiográfica de Keiji Nakasawa, que sobrevivió al horror de ese día. La película es de animación, de 1983, o sea de mucho antes del boom del anime que hemos consumido después. Los trazos son gruesos, sin la estética ni luces que conocemos hoy. Apenas cuatro o cinco colores que dominan todo. Lo que transmite tiene mucho de brutal y poco de dibujitos animados.

Son las memorias de un niño de colegio de primaria. Frente a él desfilan las visiones del infierno: gente con las cuencas de los ojos colgantes, sin piel, sin rostro, con los órganos expuestos. Nada es sugerido, todo el horror está allí. La pesadilla que acompañó a Nakasawa durante toda su vida. Ver morir a su familia, quemada viva, porque es muy niño para tener la fuerza que los rescate de debajo de su casa en llamas.

No es el único horror. Si hay un sinónimo de guerra, es horror. Desde el repase de heridos peruanos en Huamachuco -o de heridos chilenos en San Pablo-, fusilamiento de familias enteras croatas o serbias en los Balcanes, ejecuciones con lanzallamas de ISIS, o los bombardeos de hospitales y colegios en Gaza. El salvajismo siempre presente, impreso además en literatura, fotos, cine, pintura. Documentado por víctimas y verdugos. Pero lo de Gen me impresiona como pocas cosas. Una sola vez vi la película completa y no tengo intención de verla de nuevo.

Y el debate va a seguir abierto eternamente. Los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki cobraron automáticamente la vida de 140 mil personas, casi la totalidad de ellas civiles. La secuela de víctimas desde los días posteriores hasta la actualidad, no termina de contabilizarse y quizá nunca se sepa más que por aproximaciones. Si la invasión a Japón se realizaba como último paso de los Aliados para acabar y vencer la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos calculaba tener 800 mil muertos en los desembarcos y combates de ocupación, mientras que el propio Japón estimaba sus muertos en entre 8 y 10 millones de súbditos del Emperador, muchos de ellos civiles organizados en milicias urbanas de defensa.

No queda lección aprendida, ni conclusiones qué sacar. Siempre va a haber una justificación para alguien que cree tener la razón. Pones las vidas en una balanza, y las pesas como granos de sal. Luego viene un niño sin zapatos y te deja las cosas claras.