El Congreso de la República, órgano representativo de la nación y piedra angular de nuestro sistema democrático, se ha convertido en el símbolo de la decadencia política peruana. La asamblea legislativa, para una inmensa mayoría popular, es el recinto donde habita la inmoralidad más indefendible, la fuente emponzoñada de donde proceden todos los errores y el origen de todas calamidades sociales del Perú. Por esta razón, y dadas las gravísimas condiciones que enfrenta nuestro Congreso, hoy ser congresista es una deshonra. En la película francesa Fuerzas ocultas, los misterios de la masonería de 1943, se desarrolla una escena en el seno del recinto parlamentario francés. Los legisladores están debatiendo, llevando a cabo ¡la más genuina y auténtica de las prácticas parlamentarias!, enfrentándose argumentalmente, solucionando controversias por medio de sólidos y coherentes discursos. La discusión se vuelve cada vez más áspera, la tensión aumenta de manera significativa, surgiendo de forma sorpresiva gritos y a estos se suman otros más incomprensibles; y es que los legisladores empezaron a hacer ruidos de animales, convirtiendo al respetable Parlamento en una auténtica granja. Esta -espero equivocarme- es la imagen que para muchos refleja el estado actual del Congreso peruano. Una muestra de porqué el respaldo popular se encuentra en tendencia decreciente es la alianza de dos partidos políticos con ideologías opuestas que, por conveniencia recíproca, han logrado alcanzar una “armoniosa conciliación de contrarios”. Esperemos que tanto la composición actual de la Mesa Directiva como la de las veinticuatro comisiones ordinarias del Congreso, no sigan menoscabando la tan deteriorada imagen del Parlamento.

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