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Hoy es el penúltimo día del gobierno de Ollanta Humala y estas breves líneas no alcanzan sino para algunos brochazos generales de lo que fue su gestión. El régimen nacionalista suma a su favor el impulso de algunos programas sociales, el respeto irrestricto a la libertad de prensa -salvo el chasco final de Valakivi-, el traspaso democrático del poder y, sobre todo, la preservación del modelo económico, el gran temor de quienes lo rechazamos el 2011. Humala zanjó rápido con la Gran Transformación, expectoró a la izquierda nociva -con “Siomi” Lerner a la cabeza- y cabalgó rápido sobre los lomos de una centroderecha mesurada, con nombres interesantes en algunos gabinetes -sobre todo en el MEF- y respetando los principios básicos de la economía de mercado, es decir, los de la Hoja de Ruta. En su contra, Ollanta tiene el descuido flagrante en materia de seguridad ciudadana, la no implementación de reformas esenciales en materia de salud, educación y justicia, el frenazo económico -descenso de exportaciones, fracaso de grandes proyectos mineros, burocratismo excesivo y ausencia de grandes obras- y la intromisión avasallante de su esposa, Nadine Heredia, en decisiones de todo nivel, algunas de las cuales tenían que ver con la designación de ministros y políticas de Estado. Fue al final un gobierno gris, olvidable y secuestrado por la medianía de sus intenciones. Un gobierno que encadenó el volante al piloto automático y se dejó estar. Un gobierno de riesgo cero. Gracias por los servicios prestados a la inacción.

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