La austeridad no fue un simple discurso en boca del papa Francisco; fue su forma de vida. Quienes conocieron de cerca al pontífice argentino sabían que su desapego por lo material no era pose ni estrategia mediática. Su instrucción de no permitir que sus familiares viajen a Roma —ni siquiera a su funeral— por razones económicas, es un reflejo más de esa coherencia que lo acompañó hasta el final.
Tuvo que ser un programa periodístico argentino el que intercediera para que los parientes del papa pudieran estar presentes en sus exequias. Fue un gesto de solidaridad que contrastó con la negativa inicial del propio Bergoglio, quien prefería que ese dinero se usara en cosas más urgentes. Según el sitio Celebrity Net Worth, Francisco contaba con un patrimonio neto de apenas 100 dólares, sin propiedades ni cuentas bancarias. Él mismo lo había sentenciado: “¡No a un dinero que gobierna en lugar de servir!”. Y, sin duda, vivió conforme a esa convicción.
Los políticos de nuestro país, quienes en los últimos días han mostrado su pesar por la muerte del papa y hasta han dicho y escrito frases en las que claramente se identificaban con la máximo líder del catolicismo, deberían ser congruentes y actuar con humildad y vocación de servicio. Ante el legado de Francisco, lo mínimo que se esperaría de quienes ostentan el poder es un gesto de coherencia. Pero en el Perú, como tantas veces, parece más sencillo ignorar el mensaje que intentar vivirlo.