Somos un país de gentes impredecibles. Se supone que lo nuestro es la imaginación rabiosa, la creatividad. Sin embargo, creo que este rasgo de nuestra cultura está vinculado a un hecho cierto que nos condiciona: no nos gusta prepararnos para el mañana, solo pensamos en el hoy. Se trata, por supuesto, de una característica normal en una nación adolescente e inmadura, pero todo esto se torna en algo francamente preocupante si estamos a punto de cumplir doscientos años. Somos impredecibles porque nunca nos preparamos para lo que tarde o temprano llegará.

En efecto, estas lluvias que destrozan el Perú son esperadas cada cierto tiempo y, por lo tanto, sus efectos tendrían que estar contemplados en cualquier plan nacional de infraestructura. Pero todo lo dejamos para mañana, ilusionados con que nuestra creatividad nos sacará del problema. Y sí, a veces lo hace. A veces, como por arte de magia, nos escapamos de los problemas utilizando la imaginación peruana. Pero todo esto no es más que un engaño. No es sostenible. Todos los Estados modernos están basados en una premisa: la predictibilidad. Es más eficiente el Estado que es predecible en sus funciones y riesgos, en sus desafíos y problemas. Y es ineficiente el Estado que no piensa en los problemas evidentes que de todas maneras van a explotar.

Estos desbordes naturales desnudan la crisis permanente de nuestro Estado. Y toda crisis estatal es una crisis de personas. De la clase política en general. Nuestra clase política ha optado por el suicidio colectivo y la guerra de facciones. Por el enfrentamiento permanente. Mientras no retornemos a la unidad que genera políticas de Estado, el país continuará recorriendo el sendero del subdesarrollo.