Con los impuestos sucede algo parecido que con la religión: nos han inculcado a todos la idea de que debemos creer que es bueno creer en algo superior. Pero este hecho tan angelical puede ser desnaturalizado hasta el punto de tomar a la religión como excusa para matar gente inocente. Lo vimos en la Historia y lo seguimos viendo en los noticieros de hoy.

La controversia por el anuncio gubernamental de incrementar en promedio un 20% los impuestos prediales me recuerda el asunto de la moralidad y la lógica de la tributación. Veamos. Si alguien efectuó un pago para hacerse de una propiedad, pero luego tiene que seguir pagando -esta vez al Estado- para mantener en su poder dicha propiedad, en la práctica quiere decir que siempre ese derecho de propiedad estará condicionado a pagos perpetuos e infinitos. En suma, jamás será suyo cualquier activo que adquiera en el mercado inmobiliario. En realidad, será como si siguiera alquilando su propia vivienda, posiblemente a un precio menor, pero siempre con la obligatoriedad del pago aunque tenga otro destinatario, en este caso al Estado en vez de una persona que le alquila.

¿Es esto moral o es la consolidación de una cabal expropiación y hasta de la negación del mismísimo derecho de propiedad? Se me dirá que esto se aplica en otros países. ¿Es esto una razón? También en esos países hay seguros de desempleo y servicio militar obligatorio. No, no es una razón.

Nos dicen que es inmoral no pagar impuestos -lo que implica que es moral pagarlos- porque así el Estado puede atender necesidades de todos. Bien. Pero ¿qué pasa cuando los impuestos son utilizados para otros fines, como por ejemplo, para programas sociales que esconden fines clientelistas o para financiar de manera encubierta la campaña de ciertos políticos? Cuidado, señores. No carguemos al ciudadano ni el manejo poco ético de las finanzas públicas ni los errores garrafales de política. ¿Que ha caído la recaudación? Que respondan los que paralizaron los grandes proyectos, no el ciudadano de a pie. 

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