El Congreso siempre puede caer más bajo. Estamos frente a un patrón de comportamiento que confirma lo que la mayoría de los peruanos ya intuye: el Congreso ha dejado de representarnos y ha optado por convertirse en un espectáculo grotesco, costoso y cada vez más ajeno a las verdaderas necesidades del país.

No solo por aquella votación virtual en la que Jorge Coayla abría el micrófono y se escuchaba un partido del Mundial de Clubes antes que su voz o por el show del vicepresidente del Congreso, Waldemar Cerrón, quien le entregaba una distinción a Max Orlando Sifuentes Arana, popularmente conocido como “Dayanita”, quien hace poco fue grabada por el porgrama “Magaly TV” pidiendo 800 soles por servicio completo.

Pero la frivolidad no llega sola. Se suman a esta puesta en escena casos aún más graves: el financiamiento con recursos del Congreso de un viaje a París de una amiga del presidente del Legislativo, Eduardo Salhuana, y la denuncia contra la congresista María Acuña por presuntamente haber invadido parte de un parque en Surco para ampliar su propiedad. Todo esto mientras la confianza ciudadana en el Parlamento continúa en caída libre y el país enfrenta desafíos sociales, económicos y de seguridad que requieren una clase política seria y comprometida.

Lo que presenciamos no son simples deslices ni errores puntuales. Es una crisis institucional sostenida por la irresponsabilidad, el oportunismo y la absoluta falta de pudor. Es una élite legislativa encerrada en su burbuja, incapaz de leer el hartazgo ciudadano.