Se suele enfocar el problema de la informalidad desde la perspectiva de lo tributario. La idea de fondo es que muchos prefieren moverse en la informalidad porque es más barato en términos tributarios que someterse al escrutinio del control formal. Esto no deja de ser cierto, pero tampoco representa el cuadro completo.

El problema de la economía informal tiene que ver con algo más amplio, que es el sistema de relacionamiento entre la sociedad y el Estado, el cual conlleva unas formas particulares de vincular las demandas de grupos de la sociedad con la oferta de bienes y servicios que provee el Estado como parte de las funciones que asume en ese contexto social específico.

Parte componente de ese modelo de relacionamiento es el Estado y sus propias capacidades y cultura administrativa. Países con Estados propensos a la ineficiencia y la ineficacia generan esquemas de relacionamiento con la sociedad en los que la informalidad se va volviendo la norma porque es la única manera de avanzar.

¿Por qué? Porque la forma de relacionarse de un Estado ineficiente e ineficaz con la sociedad siempre se traduce en sobrecostos. Sobrecostos que vienen a constituirse en impuestos implícitos que tienen que pagar los que emprenden actividades económicas. Que en el caso de los informales suelen ser superiores a los de los formales. Es el todo del Estado lo que falla, lo que hace encarecer el camino de lo formal y vuelve, por comparación, menos caro el de la informalidad.

Por tanto, la solución a la informalidad no solo precisa de respuestas económicas, sino de un cambio integral del tipo de Estado. Un cambio que impacte además en la cultura de las personas. Es decir, de respuestas políticas como cambiar de verdad el Estado que tenemos. ¿Alguien se animará?

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