La crisis global precisa de soluciones globales. La naturaleza humana permite que estas soluciones nazcan en Nueva York, en Tokio, en Madrid o en cualquier lugar del mundo. La solución a los problemas globales es cuestión de imaginación y bien puede surgir en los laboratorios más avanzados o en la labor personal de cualquier ciudadano global. Grandes inventos pueden nacer de las piedras que desechan los constructores de la globalización. Es cuestión de actitud y compromiso. Es cuestión de imaginación y libertad.

En efecto, en toda crisis la imaginación debe fortalecerse. O innovamos o perecemos. O miramos los problemas desde otra óptica o nos hundimos en la desesperación y los lugares comunes. La crisis nos permite analizar los viejos senderos y convertirlos en autopistas hacia el futuro. La interacción entre la tecnología y la vida se ha transformado en parte esencial de nuestro sino y por ello, debe activarse de manera positiva, con el fin de mejorar la calidad del trabajo y de la vida en familia. ¡Cuántas posibilidades surgen de la convivencia entre la tecnología y los nuevos desafíos globales! Por supuesto, es posible un enfoque siniestro y negativo, pero tenemos que confiar en esa Providencia que también saca provecho de los avances técnicos y de los males de la humanidad.

La tecnología cambia con esta crisis, también la salud, el transporte y la educación. El Estado, desbordado y penetrado por un virus, debe transformarse para sobrevivir. Hay una nueva política del coronavirus. De esta pandemia, también surgirá un nuevo tipo de universidad tecnológica y global. Con innovación y compromiso, el Perú prevalecerá.