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La decisión de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) de desvincular al Monte del Templo -lugar donde según la tradición e historia judías fueron emplazados los templos de Salomón y Herodes- de esta religión propiamente dicha ha generado una reacción israelí que llega hasta detener cualquier aporte que la UNESCO venía recibiendo del Estado de Israel. La desligación histórica de esa conexión judía supone, contrariamente, la aceptación de que la mezquita de Al Aqsa es reconocida como enteramente un lugar musulmán. Francamente, no sé qué pretende la UNESCO con esta decisión. Ya sabemos que ese lugar es pretendido por ambas religiones y por ambos pueblos, y las manifestaciones de fricción y de violencia en ese lugar nadie las ha podido detener por años. Para los musulmanes, ese lugar es considerado el tercero más importante después de Medina y la Meca y desde donde partió, según la tradición musulmana, Mahoma a los cielos en un caballo alado. Dado que el tema religioso aparece transversal en Jerusalén, la referida decisión polariza más la situación, siempre tensa en ese lugar. Grupos de árabes radicales suelen lanzar piedras, desde lo alto del Domo de la Roca, hacia la explanada donde yace el Muro de los Lamentos, donde los judíos suelen rezar. En realidad, toda Jerusalén -ahora la Oriental- ha sido objeto de disputas y enfrentamientos entre árabes y judíos, principalmente, y también por los cristianos. La mejor fórmula para esta ciudad, considerada santa por las tres más grandes religiones monoteístas del mundo (judaísmo, cristianismo e islamismo) y declarada Patrimonio de la Humanidad, precisamente por la propia UNESCO (1981), será la de considerar para ella un status internacional, pero esa elevación para así asumirla aún está ausente de asimilación.