El fiscal Germán Juárez Atoche puede ser considerado un fiscal eficiente, sigiloso, desconfiado y de pocos atributos verbales. Le incomoda la exposición ante la curiosidad aprehensiva de la prensa y no es su fuerte que fundamente sus acusaciones con solvencia si se percibe acorralado por las cámaras de Justicia TV.

Pero mi impresión es que Juárez Atoche no es tampoco el magistrado inmaculadamente independiente que se obsesiona con las causas justas y sale a la caza inflexible de los malhechores sin importar rangos ni jerarquías. Hace unos días, desde ese despacho, se filtró la información de que entre 16 y 18 millones de dólares habían llegado hasta las arcas de los Humala-Heredia como irremediables destinatarios de las descaradas coimas del Club de la Construcción. Dos medios accedieron a la escandalosa información, quizá la más grave de todas las difundidas en el caso Lava Jato.

El caso es demoledor pues no se trató de la forzada figura del lavado de activos a partir de los ilegales financiamientos de campaña sino de coima pura y dura, del cohecho más furibundo que se pueda denunciar. El caso es que Juárez Atoche tiene en sus manos también la declaración del colaborador eficaz de código No. 06-2017, que reveló en febrero de 2019 que el empresario Eduardo Sánchez Bernal, representante de la compañía CASA, entregó 100 mil dólares a Peruanos por el Kambio (PPK) delante del jefe de campaña, el hoy presidente Martín Vizcarra.

Fue un “aporte” del “club”, que usó una metodología de soborno adelantado por la cual Keiko Fujimori está presa. Eso pasó hace un año y, mínimo, la Fiscalía ya debe haber interrogado a Sánchez Bernal y seguido con fruición todas las pistas de la brutal información otorgada por el colaborador. Debe haber cruzado testimonios, escrutado las cuentas del partido, citado a los implicados, recurrido a la Onpe y avanzado con las diligencias que un hecho de estas dimensiones amerita. Lo qué hay de este tema, no obstante, es un silencio impenetrable, un misterio absoluto, una duda mayor.

Hay, también, todo indica, implicados guarecidos en las fauces del poder, intocables palaciegos que sobreviven a prueba de avances y filtraciones. Existen, pues, moqueguanos con corona. Si no es así, tras poco más de un año, es hora que Germán Juárez Atoche, o Zoraida Ávalos, demuestren lo contrario.

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