Juego de niños
Juego de niños

Por Gastón Gaviola 

Desde que llegué a Ica noté algo que en Lima veo cada vez menos: niños jugando en las calles. No nos vamos a poner facilistas con eso de “ay, la tecnología y el internet vuelven a los niños zombies”. No, para eso ya hay montones de gentes escribiendo al respecto.

Me iba más por el lado de la nostalgia. Vengo de una familia numerosa, con montones de primos por parte de padre y madre. Además mis abuelas tenían ambas esas casas grandes llenas de cuartos y puertas que conectan lugares impensables y era una delicia jugar allí a los policías y ladrones, las chapadas, la “pega-inmóvil” y por supuesto a las escondidas.

Y subíamos a los árboles. Y los perros nos perseguían. Saltábamos en los charcos y nos tomábamos el agua de las mangueras de las señoras que salían a regar sus jardines en la tarde. Regresábamos colorados como fresas, con los pelos pegados a la cara, la camiseta negra y las rodillas raspadas.

Cada vez los veía menos. Cada vez costaba más reconocerse en los chibolos de los parques. Incluso cuando cruzas las rejas -sí, las rejas, pues- y llegas hoy a un parque, rara vez veo niños mayores de seis u ocho años. Todos son (somos) papás y mamás con niños chiquitos que todavía corren detrás de una pelota, se persiguen, pintan tableros de mundo con tiza en la vereda y coleccionan hojitas de árboles de colores. Los más grandes ya no están. O ya no los veo, mejor dicho.

Pero resulta que me los vuelvo a cruzar en Ica. Cada tarde cruzo la plaza de armas de la ciudad y me los encuentro. Con las rodillas con costras de viejas caídas. Ahora usan sombrero y van embadurnados de bloqueador de arriba a abajo, pero son los mismos. No los veo sentarse con un teléfono. Son dinámicos y maravillosos.

Se persiguen y se esconden entre los árboles. Hacen aviones de papel con los volantes que recogen del piso. No me detengo mucho tiempo a comprobar si juegan a lo mismo que mis hermanos y yo hace buena cantidad de años. Lo importante es que están allí. Al sol.

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