Nadie podía imaginar que el propio estado Ciudad del Vaticano diera un giro en relación con las diversas denuncias sobre delitos sexuales imputados a prelados y otros miembros del clero de la Iglesia.

Ese giro, a pesar de las resistencias al interior de la propia Curia romana que ha sido tradicionalmente dominante, ha sido decidido obviamente por el papa Francisco, el jefe de la Iglesia vaticana más reformista que haya habido en los últimos 50 años.

En efecto, el Sumo Pontífice no ha desmayado en ir hasta el fondo para darle solución con justicia a los casos que se han presentado en diversas partes del mundo y a los que Jorge Bergoglio considera una vergüenza para la Iglesia.

Una expresión cabal de los referidos cambios es el inicio del juzgamiento penal del ex Nuncio Apostólico en República Dominicana Monseñor Josef Wesolowski (2008-2013) por el Tribunal del Vaticano.

Se trata de un episodio inédito que pone al descubierto el carácter terrenal de quienes dirigen la Iglesia, como sucedió en el pasado con el Tribunal de Oficio de la Santa Inquisición. Claro que este juicio es otra cosa y la imputación objetiva que pesa sobre el prelado que se encuentra en primera instancia, conduciría a que de ser hallado culpable podría imponérsele una condena de cárcel efectiva, algo nunca jamás visto por un tribunal que haya sido constituido por la Iglesia.

En el pasado, en la Iglesia hubo manifestaciones cuestionables que contribuyeron a la gran reforma religiosa del siglo XVI y eso todos lo sabemos, de allí que el papa Francisco es consciente de que estas particulares manifestaciones de inconducta han mermado al catolicismo promoviendo diásporas de fieles en muchos lugares. La vida consagrada es un estado de gracia que no puede ser vilipendiado de esa manera y por eso el Santo Padre está decidido a acabarlo.