La justicia estadounidense declaró culpable al expolicía, Derek Chauvin, por la muerte del ciudadano negro, George Floyd, el 25 de mayo de 2020. El asesinato jamás pudo ser refutado ante la evidencia de una grabación de una transeúnte, que paralizó en esa ocasión a la ciudad de Minneapolis, donde ocurrió el terrorífico suceso, tanto como ayer en contraste, que luego de conocida la sentencia, la gente extasiada de alegría por el resultado salió a las calles a expresar su complacencia.

En efecto, el juez de la causa lo declaró punitivamente responsable de los cargos de homicidio en segundo grado que conforme el derecho estadounidense -sistema jurídico anglosajón-, refiere que para el instante del acto no hubo premeditación; del cargo de homicidio en tercer grado que sería una suerte de culpabilidad, es decir, sin dolo en el acto, aunque el expolicía que mató a Floyd, en realidad no quiso hacerlo; y, finalmente, del cargo de homicidio imprudente en segundo grado.

Sin entrar en los detalles jurídicos, lo cierto es que el fallo fue declarar la culpabilidad de un caso a todas luces cargado de racismo en el llamado país de todas las sangres. Recordemos que la ira social llevó en su momento a los manifestantes no solo a realizar desmanes en Minneapolis y otras ciudades, provocando incontenibles incendios, sino, también, en la capital, y hasta en los alrededores de la propia Casa Blanca, en los últimos meses señalada de vulnerable.

Por el impacto de este caso, inclusive, hasta reapareció el denominado “Anonymous” para denunciar los abusos policiales contra los derechos humanos, asociados a la corrupción y otros delitos, advirtiendo de que, si acaso no se decidían radicales medidas de justicia, revelaría casos criminales que han permanecido ocultos por colusión de intereses.

Creo que si el fallo hubiera sido en contrario de lo que estaba esperando gran parte de la opinión pública en EE.UU., hubiera vuelto a desencadenar una ola de violencia extrema en el país, pues, seamos claros, el gran problema en EE.UU., ha sido dejar pasar por alto los innumerables casos de racismo y discriminación sin resolverse o decididos burlándose de quienes clamaban justicia. Ojalá que la sentencia contra Chauvin sea el inicio de los cambios esperados.

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