Fue San Pablo quien utilizó la palabra “Katejón” para designar a la barrera que detenía la llegada del Anticristo, barrera que servía para salvar a las primeras comunidades cristianas. Los padres de la Iglesia, entre ellos San Agustín, pensaban que dicho obstáculo era el Imperio Romano, por el orden que lograba imponer en su tiempo, un orden fundado en el Derecho. Para ellos, el sistema político romano, aunque imperfecto, era capaz de frenar un mal superior: la llegada de un régimen en el que la persecución de los cristianos sería moneda común, como efectivamente lo fue, cuando colapsó el Derecho ante el despotismo de los césares y los perseguidores.

En la actualidad, el gran Katejón que impide la persecución del cristianismo es el de la política cultural. El triunfo de Donald Trump es el resultado de la guerra cultural, su victoria es una batalla ganada a la cultura de la cancelación y al pensamiento débil del relativismo woke. Trump solo ha sido posible porque la guerra cultural ha estallado globalmente y la política identitaria, la ideología de género y el propio concepto de nación se encuentran bajo fuego.

El mundo hispano, el orbe hispanoamericano, también es global, pues no se agota en un territorio. Las civilizaciones no pueden ser contenidas por las fronteras. Las civilizaciones traspasan cualquier barrera espacial. Por eso, la cultura hispana se extiende a todas partes y los Estados Unidos, aunque Samuel Huntington se revuelque en su tumba, los Estados Unidos no se comprenden sin la poderosa huella de los hispanos. Su pasado, su presente y sobre todo su futuro depende del impulso vivificador, de la fuerza creadora, del élan vital de los hispanos. Paradójicamente, el lema de Monroe se hará realidad, pero en otro sentido. “América para los americanos”. Es decir, tarde o temprano, América para los hispanos.