Fue San Pablo quien utilizó la palabra “Katejón” para designar la barrera que detenía la llegada del Anticristo. Los padres de la Iglesia, entre ellos San Agustín, pensaban que dicho obstáculo era el Imperio Romano. Para ellos, el ordenamiento político romano, aunque imperfecto, era capaz de frenar un mal superior, un régimen en el que la persecución de los cristianos sería moneda común, como efectivamente lo fue. He pensado mucho en esta idea del katejón, que a menudo identifico con el orden jurídico. Porque cuando el Derecho funciona es capaz de frenar la injusticia, el terror y la tiranía del poder sin frenos ni contrapesos.

En efecto, el orden jurídico, el Derecho es la última barrera contra la pulsión tiránica. Por eso Tomás Moro decía: “daría al diablo el beneficio de la ley para mi propia seguridad”. De allí la importancia de proteger el orden jurídico como katejón, como última barrera frente a los excesos del poder. Se trata, sin duda, de una labor titánica, más aún cuando vivimos en una sociedad acostumbrada a lo “fáctico”, a lo impuesto unilateralmente. Si cae el Derecho todo está perdido. Ahora bien, en medio de esta guerra civil política que padecemos, las leyes han callado ante las armas de las facciones. Y el Derecho se ha debilitado.

Destruido el sistema de partidos políticos, conculcadas las garantías constitucionales, el fantasma del radicalismo no tarda en hacerse sentir. Cuando colapsa la barrera, el katejón jurídico, la democracia fracasa irremediablemente. Y si la democracia es derrotada, llega la hora de la espada, el momento de Napoleón. Surge un poder despótico que no se detiene ante nada ni nadie. Allí se inicia el reino del terror.