El mundo se desangra. El drama va dejando cientos de miles de muertos y de dolor. La preocupación global está en la salud y en la economía porque tienen que ver con el derecho a la vida. Pocos o muy pocos se preocupan por las democracias y menos aún por las libertades. Por eso los populismos, la polarización, las divisiones internas, la desinformación y el descarte de la experiencia y la ciencia son los jinetes del apocalipsis en territorios ya sicológicamente devastados.

Este tiempo requiere ciencia, técnica, capacidades políticas, económicas y de gestión, no es para irresponsables que hacen de la falsedad y la mentira plataformas de supuestos éxitos y de negación de la verdad. Los ejemplos más extremos son Donald Trump y Jair Bolsonaro. Pero aquí tenemos lo nuestro. Martin Vizcarra viene de remodelar su gabinete y debió hacerlo atendiendo el clamor de  unidad nacional, de escuchar a los que más saben, a la experiencia y sobre todo al compromiso de dar la información real para que la sociedad pueda defenderse cabalmente.

Pilar Mazetti es una esperanza de mejor atención sanitaria en las antípodas de la desesperanza que suscita el inexperto Ministro de Trabajo encargado del grave desafío del desempleo de millones de peruanos.

La imagen de la arequipeña Celia Capira ha quedado en la retina como la vocera del drama del pueblo y su esposo fallecido es el trágico símbolo de las víctimas desatendidas. No necesitamos los discursos de éxito, requerimos una rectificación lejos de la banalización de la tragedia. Estamos entre los cinco países con peor manejo. Es tiempo de defender la vida en especial de los más pobres y no solo por razones electorales. La tragedia es de todos, no caben exclusiones ni aterradores trolls para los críticos. Menos aún polarización o confrontación. El grito es unidad y experiencia. Que la mascarilla no nos silencie.