Entre el 13 y 15 de enero, más de cinco mil peruanos pelearon y murieron en Lima, en medio de calles que recorremos hoy, ignorando que hace 134 años, los vecinos de la ciudad presentaron la última defensa de la capital en la Guerra del Pacífico. Entre ellos había cinco hombres que se hicieron presidentes de la República.

La batalla de Lima

Hoy toca batallita. Bueno, ayer... y mañana. O sea, 13 y 15 de enero. De 1881, concretamente hace 134 años. La batalla de Lima. Me juego el archivo de fotos de mi teléfono a que si pregunto en la calle la gente no tendrá ni media idea de lo que hablo, como me pasa a cada rato. Ya ni que decir si le digo a cualquiera, oye, sabías que en las trincheras y en las pampas de San Juan, las calles de Barranco, Chorrillos, Miraflores, el morro Solar, Pamplona, los pantanos de Villa, Agua Dulce, el Salto del Fraile, el Cerro San Cristóbal y por ahí, pelearon cinco presidente de la la República.

A lo mejor dirían, anda, había trincheras en Miraflores. Pues, sí, fíjate, en Larcomar. Y la batería Alfonso Ugarte instalada allí se daba de cañonazos con un blindado chileno. Monitor Huáscar se llamaba. A qué, tampoco sabías que el Huáscar atacó las defensas peruanas de Chorrillos y Miraflores con la bandera de la estrella solitaria. Pero no pongamos esa cara, que hablábamos de los cinco presidentes.

Cinco. Y ni una vez me lo mencionaron en el colegio ni en las dos universidades en que estudié humanidades (yo supuse que de algo me enteraría allí y no). Cinco y ni una vez. Y quedaba hermoso, eh. Recontra marketero. Si no, miren nomás qué bien quedó para rematar El Hobbit -que no es una trilogía, pero en fin- eso de “La batalla de los cinco ejércitos”. Lo reemplazábamos por “La batalla de los cinco presidentes” y listo. Mínimo merecía una miniserie de Michelle Alexander.

Nicolás de Piérola era el presidente en ejercicio. O dictador, mejor dicho. No soy su hincha. Cuando el coronel Andrés A. Cáceres (presidente número 2) le pidió la noche del 13 la autorización para ir a acuchillar batallones completos de invasores, agotados y ebrios luego de haberle metido candela a Barranco y Chorrillos, el buen Nicolás dijo que nancy. Pobrecillos, cómo los ibas a atacar en medio de su borrachera, a oscuras, sin municiones, en una ciudad que no conocen, y lejos de sus oficiales. No Andrés, eso no se hace. Qué malo eres.

Cáceres, que el día 15 se luciría capturando en una gloriosísima carga a la bayoneta -habría sido lo mejor de la película, estoy seguro- cuatro cañones Krupp dijo que bueno, que está bien. Espérate nomás que el presidente sea yo para cobrármelas. Y se las cobró. Ah, y si les interesan los cañones, todavía los pueden ver, bien cuidaditos y barnizados, el el parque Reducto (N°2) de Miraflores, cruce de Benavides con Paseo de la República.

Ese mismo 13, cuando toda la línea de San Juan había colapsado porque el bestia de Piérola (sí, el tipo tenía de estratega militar lo que yo de astronauta) dispuso una línea delgada como un fideo hasta Ate, en vez de hacer algo sólido como un ladrillo pegado al mar, por donde ni idiotas, atacaron los chilenos, organizadísimos y apoyados por sus buques. Decía que ese mismo día rota la defensa, los restos del ejército peruano pelean en orden y en retirada (o en retirada y en orden, como gusten) hacia el morro Solar.

Allí se batió como bueno Miguel Iglesias, enterándose que a su hijo Alejandro lo acababan de matar allí mismo. Junto a él estaba un gringo alto de bigotazo, como los que aparecen en las películas de la Guerra Civil de Estados Unidos. Se llamaba Guillermo Billinghurst y estaba hombro con hombro junto a Iglesias cuando plan de tres de la tarde, con Chorrillos empezando a oler a incendio, cadaveres y violaciones, se los llevaban brazos en alto a la pared más cercana para fusilarlos, junto con otros altos oficiales que hoy le ponen sus nombres a algunas avenidasd principales de la capital. Si Billinghurst no los convencía de que por su rango valían más vivos que agujereados, Perú se quedaba sin otros dos presidentes.

El 15, Cáceres brillaba como ya líder indiscutible del desmadre que se había armado al romperse la tregua. Tregua pedida por los chilenos naturalmente, mientras se reponían del juergón del 13 y 14. En Miraflores quedaban los vecinos de Lima. Padres e hijos, hermanos, compañeros de carpeta, amigos del barrio, colegas de oficina. Todos juntos porque sabían que entre sus futuras viudas y huérfanas solo quedaban ellos. Había que jugársela.

Y uno que se la jugó fue un sargento de las milicias voluntarias que hasta hacía unas semanas trabajaba como abogado. Pegaba de tiros en el Reducto N°2 y quizá haya visto la carga a pecho descubierto que los marinos junto a los aduaneros del Callao hicieron siguiendo la espada del capitán de navío Juan Fanning. ¡Adelante, Marina, adelante!, gritó antes de que una onza de plomo lo tumbara luego de salir de su trinchera para atacar. El sargento sí tuvo la suerte de sobrevivir a la calamidad y convertirse en el presidente Agusto B. Leguía.

Imaginen cada una de las escenas y digan si no valía la pena que nos lo enseñen en el colegio. Y que se escriban novelas, y se hagan películas, y series, y álbumes de fotos y todo lo que quieran, del día en que los vecinos de Lima y sus cinco presidentes salieron a pelear y a morir brazo a brazo de cara al sol.

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