A siete meses para las elecciones generales todavía carecemos de firmes candidatos para la presidencia de la República. Las empresas encuestadoras han propuesto una lista de personajes públicos para medir su simpatía y aceptación ciudadana, varios de ellos sin partido o en busca de uno. Como sabemos, la fecha de inscripción de candidatos vence a fines de septiembre y hasta el momento sólo suenan nombres de “insiders” en la política y su probable intención de voto. No es novedad en el Perú. La historia electoral ha tenido similar acontecer en nuestro país con alguna sorpresa que termina definiendo al virtual ganador. Por un lado, se trata de una campaña informal, lo sabemos; por otro, es resultado de una profunda orfandad política y desafección de los ciudadanos con sus representantes, un problema más grave, fruto de la inacción ciudadana.

La clase política surge como consecuencia de un permanente debate sobre los temas que importan a todos los ciudadanos: salud, educación, orden interno, más y mejor infraestructura, una administración pública dimensionada y eficiente, seguridad jurídica, promover políticas capta capitales. Los ciudadanos atienden los temas que les interesan y afectan localmente, escuchan propuestas y las comparan con otras más o menos convincentes, unas populistas, ideologizadas o incluso radicales.

Si el ambiente descrito no se promueve, al menos con un año de anticipación a la convocatoria de elecciones, si a la fecha no tenemos claridad sobre los candidatos presidenciales y congresales, mantendremos el estilo de una campaña electoral normalizada para nuestra realidad, con intensas y agotadoras maquinarias para descalificar partidos y listas parlamentarias, sin practicar el juego limpio, organizando “debates” de cinco minutos para cada candidato y, con suerte, la presentación de nombres de técnicos que acompañaran la plancha presidencial, en vez de verdaderos y sólidos planes de gobierno.

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