Lo que no mata engorda, se escucha en las calles cuando se habla de una mala comida. Y así estamos en el país cuando hablamos de corrupción, lastre nacional que, equivocadamente, al decir de una mayoría peruana, no acaba con nuestras vidas y solo nos empacha. ¿Será por eso que no resalta en las encuestas como el primer problema que deben resolver las autoridades y candidatos a cargo público?
Un nutrido sector ciudadano considera que la corrupción nunca acabará, por lo que la lucha contra este problema es un tiro al aire. Sin embargo, muchos desconocen su implicancia negativa en nuestra vida, como el hurto descarado antes y durante la ejecución de una obra pública, la misma que se retrasa y no cumple su objetivo de aliviarle la vida a los peruanos.
A diferencia de la inseguridad ciudadana, la corrupción tiene un mayor radio de acción perniciosa. Meter un uñazo en el expediente de un hospital, una carretera o un puente puede perjudicar a miles de habitantes. La paralización de más de 2500 obras públicas por 43 mil millones de soles de inversión en nuestro país es un crimen de proporciones inconmensurables.
Leer en las encuestas que el crimen es el principal tema de interés ciudadano provoca una terrible desazón. A estas alturas del partido ya nos deberíamos haber dado cuenta de que no contar con un nosocomio de calidad, una buena vía o un puente a tiempo acaba con más gente que una banda delincuencial. Y no es que deberíamos tirar la toalla contra el hampa, sino que la corrupción no sólo engorda, también mata.