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Hace una década, Daniel Salaverry era el joven político aprista llamado a recuperar para la estrella el viejo bastión perdido a manos de César Acuña y su organización política.

No era un aprista de base, era más bien una suerte de aristócrata que heredó la estrella en el pecho gracias a cierta raigambre familiar, la misma que lo llevó a conocer a personajes del APRA en Trujillo, como José Murgia y Luis Alva Castro.

Sea como fuere, el joven Daniel Salaverry se hizo de un espacio: primero como regidor, y luego como un delfín aplaudido por la cúpula que gobernaba el APRA al costado del entonces mandatario Alan García. Incluso, García le hizo más de un guiño cuando visitó la ciudad para inaugurar alguna obra. Salaverry era, a la par, un empresario constructor conocido.

El asunto es que, cuando se aproximaba el 2010, más allá de algunos descontentos de base, había cierto consenso aprista en que Salaverry era el indicado para disputarle a Acuña, quien buscaba la reelección, la alcaldía de Trujillo. Y así fue.

La suerte, sin embargo, no le sonrió a Salaverry. Perdió por muy poco frente al líder de Alianza Para el Progreso, y no fueron pocos los que desde el partido de la estrella denunciaron maniobras bajo la mesa por parte de Acuña en esa ajustada elección. Es curioso, pero algunos de esos entusiastas apristas que promovían a Salaverry hoy lo condenan por el caso de los presuntos informes falsos de su semana de representación.

Daniel Salaverry dejó el APRA antes de las elecciones de 2014. En esos comicios, tras amagar con el partido nuevo (DSV), terminó postulando por Fuerza Popular, pero le fue peor. “Keiko no me sumó nada”, le dijo a sus cercanos. Parecía que se iría otra vez, hasta que se convirtió en candidato al Congreso y posterior congresista.

Siempre tuvo pasta para la política. Y también para bailar al son del oportunismo.