Mis estudios universitarios los desarrollé en Buenos Aires, de modo que las ideas expuestas en el presente artículo no son -parafraseando un comentario de una película de Orson Welles- “aventuradas suposiciones”. Desterrada la doctrina peronista, los kirchneristas revitalizaron la figura de dos pensadores: Antonio Gramsci, base del marxismo cultural, y Ernesto Laclau, teórico del populismo. El kirchnerismo intentó fundar en el cono sur un lugar de resistencia, alineándose al socialismo del siglo XXI. El control estatal de los medios masivos de información, como el programa 678, paradigma de la hostilidad periodística y la más vergonzosa intolerancia, era un elemento anunciador de la decadencia del kirchnerismo, así como el sometimiento a la agenda progresista: aborto e ideología de género. Además, la distribución de subsidios a gran escala, logró que se perdiera el valor del trabajo. En contraste, encontramos que, en el peronismo clásico, se elogiaba la virtud del trabajo. Decía Perón, el 1 de mayo de 1951: “Saludo a todos los hombres y mujeres que con su trabajo honrado están construyendo la felicidad y la grandeza de esta patria”. Con el kirchnerismo, la construcción de una comunidad política, donde se aliviarían las tensiones y se consolidarían los vínculos entre empresarios y trabajadores, entre patrones y obreros, se diluyó, y la prédica de la superación de la lucha de clases por la colaboración social, se desmoronó. Los elevados impuestos contra el sector empresarial y la ejecución de la teoría populista de división de la sociedad en dos sectores opuestos e irreconciliables, de enemistad continua y crispación indefinida, lograron que la paz social se quebrara en Argentina.