La imagen lo dice todo: Dina Boluarte, presidenta de la República, partirá sin sus invitados rumbo al Vaticano para asistir a la ceremonia de entronización del papa León XIV. A última hora, la presidenta del Poder Judicial, Janet Tello, y el titular del Congreso, Eduardo Salhuana, cancelaron su participación. Sus ausencias no son casuales, ni meramente logísticas. Ambas representan un mensaje político claro: hay prioridades más urgentes que los actos protocolarios. Tello argumentó que tenía compromisos en el extranjero, una salida elegante. Pero fue Salhuana quien, con claridad meridiana, expuso la razón de su decisión: permanecerá en Lima para atender los asuntos políticos del país, en especial ante el reciente cambio de gabinete. Su gesto, aunque diplomático, es una crítica directa al Ejecutivo. En otras palabras, antes de mirar hacia el Vaticano, el gobierno debe “arreglar la casa”.
Y es que, lejos de escuchar los pedidos de reforma y cambio profundo de parte del Congreso, Boluarte ha optado por mantener el rumbo. Eduardo Arana, un distinguido escudero de la presidenta, ha sido nombrado presidente del Consejo de Ministros. En el Ministerio de Justicia se ha colocado a alguien ligado al hermano de Dina, y en Transportes se ha elegido a César Sandoval, cuya cercanía a César Acuña y supuestos vínculos con la minería informal generan más dudas que confianza.
El Congreso, en una rara muestra de consenso, había solicitado un gabinete técnico e independiente. Pero el Ejecutivo ha hecho exactamente lo contrario.