El presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Arana, se presentó ante el Congreso con un discurso cargado de gestos de aparente firmeza en la lucha contra la delincuencia. Habló del posible traslado de presos de alta peligrosidad a las cárceles de Bukele en El Salvador y no descartó que el Perú evalúe su permanencia en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Declaraciones provocadoras, sin duda, pero carentes de sustancia.

Es cierto que el país enfrenta un momento crítico: la criminalidad se ha convertido en una amenaza cotidiana para millones de peruanos. Pero más allá de las frases para la tribuna y los guiños a la mano dura, lo anunciado por Arana carece de viabilidad y respaldo técnico. Son ideas lanzadas al aire que no están ni siquiera en etapa de diseño. La mayoría de especialistas coinciden en que estos planteamientos son invocaciones demagógicas sin ningún sustento real.

El problema no es solo la falta de propuestas concretas. El verdadero drama es que, una vez más, el Gobierno opta por refugiarse en el espectáculo del gesto vacío. Asistiremos, como ya es costumbre, a una política basada en frases de efecto, promesas rimbombantes y enemigos fabricados. Pero la inseguridad no se derrota con palabras, sino con hechos.

La ciudadanía necesita más que anuncios grandilocuentes: necesita resultados. No basta con decir que se actuará con firmeza, si no se sabe cómo hacerlo ni se tiene voluntad real para ejecutar.

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