Cada crisis política reabre una herida que aún no cicatriza: la desconfianza. Muchos peruanos sienten que su voto fue traicionado, que el Congreso no los representa o que la justicia es un juego de pocos. Y frente à esa sensación, la reacción parece natural: ¡salir a marchar! Pero lo que parece una salida legítima puede convertirse, sin quererlo, en un nuevo riesgo para la democracia.
Después de las manifestaciones contra el expresidente Manuel Merino, se instaló una idea peligrosa: que un gobierno que no nos gusta puede corregirse con una marcha. Esa creencia puede que despierte emociones, pero no construye. Porque una democracia no se sostiene entre gritos, sino entre reglas. Si cada desacuerdo se resuelve en la calle, el sistema deja de ser el de una República y se convierte en el de una asamblea del enojo y de laviolencia.
No se trata de justificar a quienes gobiernan mal ni de callar frente a la indignación. Se trata de entender que la protesta no sustituye la representación. Marchar sirve para despertar conciencias, no para reemplazar instituciones. La calle puede señalar el error, pero solo la ley puede corregirlo.
Tampoco se trata de resignarse. La verdadera lección es política, no emocional: si el voto fue descuidado o manipulado, la respuesta no puede ser destruir la urna, sino usarla mejor la próxima vez. Las democracias maduras no se vengan: japrenden! Y sí, puede ocurrir que veamos rostros en el poder que no nos representan o que no nos gustan, pero el remedio no está en la rabia, sino en reconstruir la confianza en los cauces que todavía nos pertenecen: el voto, la fiscalización, el derecho a la opinión y a la contradicción y la protección de las libertades fundamentales.
La democracia no se protege rompiendo sus reglas, sino exigiendo que funcionen mejor. La calle grita; las instituciones deben aprender a escuchar. Que esta experiencia política que estamos viviendo o reviviendo en el Perú, nos enseñe y nos ilustre sobre lo importante que es participar responsablemente de nuestra vida política, no solo militando en algún partido político, sino también votando bien, ejerciendo nuestro derecho a elegir y ser elegido, pero también eligiendo con lucidez a quien llevara nuestra voz a los espacios de representación popular.