Una de las lecciones más duras que está revelando la pandemia del coronavirus en Europa es la falta de unidad que tanto pregonaron desde su fundación volviéndola incluso como el modelo más importante de un bloque económico que haya visto la comunidad internacional.

En efecto, la trágica orfandad de Italia -el país más castigado por el Covid-19-, no ha reflejado la unidad que juraron a los cuatro vientos por el Tratado de Roma (1957). Recientemente, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, alzó la voz para imputar a los demás países miembros, la falta de solidaridad para afrontar la severísima crisis provocada por un virus.

Pero no debería sorprender la actitud de países con mejores performances -es el caso de Alemania que teniendo un poco menos de contagiados que España o Francia, sigue mostrando el menor número de fallecidos por coronavirus en todo Europa-, porque cuando llega la prueba de fuego, los países tienden a volverse individualistas, buscando resolver primero sus propios problemas.

Por varias décadas la Unión Europa se jactó de constituir un espacio único en el planeta (Maastricht, 1993), y seguramente sus miembros se mostraron muy alzados viviendo de la “gloria” de contar erradamente el proceso histórico más trascendente del mundo, es decir, el de la civilización de Occidente. Los europeos han tirado al suelo el imaginario de Alejandro Dumas en su afamada obra “Los tres Mosqueteros” (1844) que inmortalizó la frase “todos para uno y uno para todos”, como bien ha recordado von der Leyen. Creo que en el fondo nunca lo fueron.

La ciencia política y las relaciones internacionales lo explican sin discusión. Vean, amigos lectores, dos claras evidencias de ello:

1) Apenas surgió la idea de que el bloque podría contar con una Constitución europea (2005), las naciones más representativas se opusieron desenvainando sus pareceres unilaterales; y,

2) Cuando tocó a las puertas de sus Estados la oleada migratoria por el conflicto en Siria, y la que irrumpió sus costas desde el norte de África, los gobiernos decidieron cerrar sus fronteras como en los tiempos de la Paz de Westfalia (1648). Es la verdad.