Durante la campaña electoral y luego en el ejercicio de la presidencia de la República, Pedro Castillo intentó presentarse como un humilde campesino maestro rural-andino, que era objeto de desprecio de parte de la población urbana criolla en razón a su origen. Explicó la confrontación política de quienes lo consideraban inepto para presidir, elegir ministros y administrar la acción estatal en términos de la minusvaloración de personas de su origen étnico y su profesión docente. Arrastró consigo los votos de mucha gente que se identificó con las reivindicaciones étnicas y sociales que suponían él encarnaba, lo cual permitió que una treintena de maestros llegaran al congreso con él.

El efecto secundario de la negligencia y actitud delictiva de Castillo y varios de sus maestros allegados convertidos en autoridades ha producido una asociación mental entre ser maestro (más aún rural) y ser una personas de muy baja calidad profesional y ética, oportunista en busca del botín de los recursos estatales. Es decir, en lugar de ser el gran liberador de la pobre imagen pública del docente, ha hecho acentuar una imagen disminuida de la profesión docente.

Los congresistas maestros que llegaron al Congreso asociados con Pedro Castillo tienen la tarea del “control de daños”, es decir, revertir esta imagen negativa de los maestros que Castillo contribuyó a acentuar. Su lenguaje y actitud pública, su conducta ética, sus intervenciones en el congreso donde parece que gritar y repetir consignas retrógradas es la manera natural de expresarse, son los parámetros para dicha reivindicación.


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