Si nuestro país quiere dar una buena imagen en el exterior para atraer inversionistas a fin de impulsar la fría economía y generar trabajo -que es lo único que puede mejorar las condiciones de vida de los peruanos, aunque la izquierda siga creyendo lo contrario-, pues desde hace varios años vamos por muy mal camino si tenemos en cuenta los proyectos que se postergaron o que no avanzan por la ineficiencia del Estado.

El último caso ha sido el de Chinchero en que, luego de la firma de un contrato y una adenda, y hasta de la colocación de la primera piedra en presencia del presidente Pedro Pablo Kuczynski, todo naufragó. Si vamos más atrás, tenemos la segunda pista del aeropuerto Jorge Chávez que aún no existe por demoras en la expropiación de los predios vecinos, y cómo olvidar también las obras del subterráneo que recorrerá Lima de este a oeste, las cuales llevan varios meses de atraso.

Ni qué decir de las demoras que existieron en la ampliación de la Panamericana sur entre Chincha y Pisco, en la Panamericana norte, en la vía Huacho-Sullana. Pero los problemas que ahuyentan las inversiones no están solo en el ámbito de la infraestructura. Recordemos los fiascos por los que pasaron proyectos mineros como Conga y Tía María, que ya estaban listos para ser ejecutados, pero que tuvieron que abortar por los conflictos sociales mal afrontados desde el Estado.

La reputación del Perú como buen receptor de inversión extranjera está muy por debajo de lo que se necesita para mover la economía, la macro y la que sienten día a día los peruanos en sus bolsillos. Y mientras eso sucede, el incremento del PBI provisto para este año no es nada esperanzador. Ayer, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha proyectado que en el 2017 crecerá apenas 2.7%, muy por debajo de lo estimado localmente desde fines del año pasado.

El gobierno del presidente Kuczynski -quien es un convencido de las bondades de la inversión privada, peruana y extranjera- tiene mucho trabajo para revertir la mala imagen que, sin duda, nos hemos ganado en los últimos años por los hechos arriba descritos. Sea por trabas burocráticas, por corrupción o por conflictos sociales mal enfrentados, no podemos seguir espantando los capitales. Nuestra fría economía los necesita.

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