Generalmente se caracteriza a la persona poniendo énfasis en aspectos como lo cognitivo-intelectual o lo emocional; lo físico-motriz, lo social o lo afectivo; pero no siempre se le ve con una mirada holística: “hay que tener en cuenta todo aquello que tiene la persona como una unidad y de ninguna manera como una suma de partes”. Y es que muchas veces equivocamos nuestros puntos de vista y propuestas educativas y curriculares cuando olvidamos que funcionamos integradamente y no de manera fraccionaria.
También es importante considerar que cuando los estudiantes piensan o resuelven problemas utilizando sus capacidades mentales y motrices, valores y actitudes, así como sus conocimientos, al mismo tiempo experimentan emociones y sentimientos. Y es que somos todo al mismo tiempo. Es más, las personas no son seres acabados; por el contrario, deben reconocerse a sí mismos y reconocer en los otros que son imperfectos, con fortalezas-logros y debilidades-dificultades. Deben buscar y aspirar a lo óptimo, pero sin pretender ser omnipotentes
Igualmente, mucho tiempo se ha pretendido ver al ser humano como homogéneo, obviando que la mayor riqueza que tiene es su diversidad producto de una complejidad de experiencias vitales y subyacentes, de factores (heredados. ambientales e interculturales), y de variados contextos sociales y económico-productivos que van permitiéndole forjar su identidad y sus proyectos de vida.
Por lo señalado, cuando se formulan políticas y medidas públicas e institucionales de desarrollo educativo, pedagógico y curricular es fundamental tener claridad en los diagnósticos y propuestas, no solo en los indicadores y factores de calidad, sino también en las características y necesidades específicas de las personas según sus grupos etarios, a lo largo de la vida, en sus respectivos contextos, en el marco de un sistema educativo de calidad, moderno e inclusivo.