Es conocido que el Ejército padece de una crónica enfermedad llamada "gasolinitis". No es de ahora que algunos altos mandos se vean inmersos en el robo de combustible a la propia institución, como el tristemente célebre Edwin Donayre.

Lo ocurrido el último fin de semana, con la detención de 27 miembros del Ejército, entre coroneles, mayores y suboficiales, debería poner los ojos de alerta sobre el manejo del presupuesto de dicha entidad. No solo miremos la gasolina. Como sabrán, hay compras clasificadas a las que ningún sabueso puede llegar. No aparecen en los registros de las adquisiciones del Estado porque, por un motivo de seguridad nacional, se les protege de cualquier ley de transparencia.

Vamos, no es que se divulgue todo lo que adquiere la entidad castrense, cuya reserva de la información debe considerarse hermética. Sin embargo, es urgente que haya un mejor control en cuanto a cómo es que se invierte el dinero, por ejemplo, en armamento.

Malas experiencias hemos tenido desde siempre sobre un tema tan sencillo como la adquisición de combustible. Ahora bien, ¿se imaginan cómo se efectúan otras compras que utilizan ingentes cantidades de dinero?

Por lo tanto, las famosas compras con características de reserva de Estado deberían contar con un eficaz control externo, que lleve la contabilidad del dinero del Ejército (y del resto de entidades de las Fuerzas Armadas).

Una de las grandes debilidades de los militares –así como de los policías- es el consumo indiscriminado de gasolina con vales de atención en preferidas estaciones de combustible. Es necesario efectuar una revisión de cuentas, cuadrar números y acabar con esta enfermedad crónica.

TAGS RELACIONADOS